El otro día, yendo a Madrid en el metro, paso algo que ocurre habitualmente en la actualidad.
Sentado, escuchando música, vi a un hombre que iba pidiendo, por no decir mendigando algo de dinero para comer.
Cada asiento que pasaba, a cada persona que miraba con cara de pena pidiéndola caridad, a cada minuto que pasaba sintiéndose, seguramente humillado, todas las personas le negaban la mirada mirando el móvil, hablando con su acompañante,... en definitiva, ignorandole, y seguramente humillandole todavía más de lo que ya estaba.
Seguro que si a esas personas las preguntas el por qué de negarle una simple moneda y una simple mirada, te responden con argumentos tan absurdos como que no tienen suelto, que son drogadictos, que son extranjeros, etc.
Ese hombre, no era un drogadicto ni nada parecido, era español y su único defecto era tener los pies doblados, por a saber que enfermedad. Ese hombre no tiene la capacidad de trabajar, y por tanto tampoco de conseguir un sueño como el que nosotros podemos conseguir o por el que podemos luchar.
Seguimos siendo los mismos individualistas, los mismos hipócritas de siempre, sólo que ahora luchamos todavía más por el beneficio individual, que antes.
Lo peor de todo, no es darle algo de dinero, sino no mirarle, girar la cabeza para no mirarle, porque en el fondo nos sentimos las personas, perdonadme, más hijas de puta del planeta. Sabemos que lo que hacemos no está bien, sabemos que nuestras excusas y argumentos tontos no sirven, solo pensamos en nosotros.
Me incluyo, porque yo fui uno de los cabrones que le negó la mirada. Yo y todo el metro salvo una señora con algún valor que otro que, se paró, busco en su bolso y le dio dinero. Seguramente una miseria, pero más de lo que nosotros le negamos ese día. Escribo esto, porque al final te sientes mal, no por no haberle dado dinero, sino porque al pensar y recapacitar, se que le negué, quizás uno de los poco sueños que tenía: comer.
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