Ya está, ya me he arrastrado, he
ido, he pedido perdón y podríamos decir que el epitafio es: ‘No quiero estar
mal contigo, pero no quiero verte’.
Yo he hecho todo lo posible
porque esta situación se recompusiese. No ha podido ser. Yo no quería que todo
fuese como antes, porque simplemente no podía ser y es algo que había que
aceptar. Me parece demasiada penitencia la que me ha impuesto y la que me he
impuesto yo mismo.
No sé si seré tonto, pero no
guardo rencor, no tengo odio, ni nada parecido. Cuando me necesites estaré ahí.
Siempre. Da igual que pase un día, dos semanas, un mes o cuatro. Siempre estaré
ahí. Porque la amistad muere cuando las dos partes están dispuestas a perderla.
Y yo no estoy dispuesto. Hay que dejar pasar el tiempo y que se calme la
tormenta.
Si de algo me siento orgulloso es
de haber hecho lo que he querido y he sentido en todo momento. Lo que mi
corazón me ha dicho y no lo que mi mente o mis amigos me aconsejaban. Y si algo
he aprendido es que es el momento de pensar en mí mismo por encima de todo y
todos. Al final cada uno mira su culo y el de los demás les da igual.
Es el punto y final a esta
historia. Es hora de pasar página e intentar ser feliz. De olvidar y disfrutar.
En definitiva, de vivir.
Cada año aprendo algo y
curiosamente, este año ha llegado demasiado temprano la moraleja. Es momento de
centrarse y de conseguir los objetivos que me marqué a principio de año, con
esfuerzo, tesón e ilusión.
MORIR EN PIE.
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